CARTA ABIERTA A LA SOLIDARIDAD
La identidad de una persona no es el nombre que tiene, el
lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo.
La identidad de una persona consiste, simplemente en ser, y el ser no puede ser
negado.
Presentar un papel que diga cómo nos llamamos y dónde y
cuando nacimos, es tanto una obligación legal como una necesidad social.
Nadie, verdaderamente, puede decir quién es, pero todos
tenemos derecho de poder decir quienes
somos para los otros. Para eso sirven los papeles de identidad.
Negarle a alguien el derecho de ser reconocido socialmente
es lo mismo que retirarlo de la sociedad humana.
Tener un papel para mostrar cuando nos pregunten quiénes
somos es el menor de los derechos humanos (porque la identidad social es un
derecho primario) aunque es también el más importante (porque las leyes exigen
que de ese papel dependa la inserción del individuo en la sociedad).
La ley está para servir y no para ser servida.
Si alguien pide que su identidad sea reconocida
documentalmente, la ley no puede hacer otra cosa que no sea registrar ese hecho
y ratificarlo.
La ley abusará de su poder siempre que se comporte como si
la persona que tiene delante no existe.
Negar un documento es, de alguna forma, negar el derecho a
la vida.
Ningún ser humano es humanamente ilegal, y si, aún así, hay
muchos que de hecho lo son y legalmente deberían serlo, esos son los que
explotan, los que se sirven de sus semejantes para crecer en poder y
riqueza.
Para los otros, para las víctimas de las persecuciones
políticas o religiosas, para los acorralados por el hambre y la miseria, para
quien todo le ha sido negado, negarles un papel que les identifique será la
última de las humillaciones.
Ya hay demasiada humillación en el mundo, contra ella y a
favor de la dignidad, papeles para todos, que ningún hombre o mujer sea
excluido de la comunidad humana.
(José Saramango)
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